sábado, 19 de diciembre de 2020

El contrato


 “ No hay forma de ser una madre perfecta, pero hay muchas formas de ser una buena madre.” - Jill Churchill 

     Hace más de 18 años, solicité un trabajo sin remuneración, muy al contrario, este me ha exigido todos estos años invertir sustancialmente. No existe un contrato a firmar cuando te conviertes en madre, pero si mientras creces, vas (una gran mayoría de las mujeres) haciéndote la idea de cómo serás cuando decidas traer niños al mundo. Como todo trabajo, porque ser madre, da un trabajo cabrón, hay una infinidad de tareas de rutina, y también están las letras pequeñitas. Esas que pasamos de largo, porque somos demasiado vagas para leerlas y encontrarles sentido. Entonces, durante los nueve meses de prueba, que ya vas tanteando como será la vaina, aunque el muchacho esté dentro de ti, las letras pequeñitas comienzan a tomar forma. Mi contrato de trabajo como madre, es bien diferente al contrato de otras amigas madres con las que comparto, o convivo. Ninguna, ni por casualidad, tendrá el mismo contrato, ni mucho menos las letras pequeñas. 


     El mío, 18 años más tarde, que fue cuando más caí en tiempo de la existencia del “disclaimer” dice así: “A la empleada contratada para ser la madre de Jan e Ian, denominada desde ahora mamá, madre, mami. Por este medio hacemos constar, que no importa cuánto intentes romper con las brechas generacionales, la maternidad no será perfecta como lo estás soñando desde el primer mes de embarazo. Puede que el crecimiento sea difícil, no importa cuánto conocimiento tengas en educación especial, muchas terapias y tratamientos no te van a funcionar. No importa cuántas soluciones busques, después de 6 años el trabajo se te hará más complicado. Se te dará un aumento de trabajo en esta área, que pensarás que no tiene fin. No importa cuánto eduques, la hermandad tampoco será tarea fácil. Y tendrás que lidiar con eso, mientras consigues un trabajo a tiempo parcial, porque este trabajo de ser madre, solo da paga intangible. Es importante establecer en estas líneas, que serás señalada, por muchas personas, pero ninguno de ellos se pondrá en tu lugar, para entender tus estrategias para cumplir con las tareas que este trabajo tanto demanda. Habrá incluso tareas más difíciles de realizar, que crearán los siguientes diagnósticos: ansiedad, frustración, burnout, entre otros. Es lamentable tener que informarte que estos diagnósticos no son suficiente razón para que renuncies a este trabajo, pedir vacaciones o compensación. Cuando decidiste solicitar este trabajo el 19 de mayo del 2002 y decidiste solicitar una renovación el 17 de marzo de 2009, ya debías estar al tanto de todo lo que conllevaba el mismo. Sabemos que era necesario que leyeras las letras pequeñas antes de solicitar el mismo, pero ya estás aquí, por tiempo indefinido.”


     La realidad es, que el 2020 ha estado cabrón, más en este trabajo de ser madre, que en el trabajo a tiempo parcial que me ayuda a sobrevivir. He tenido la frustración de ver lo difícil que se le ha hecho a mi hijo mayor la adultez, ese que tanto me señalaron que fui muy fuerte con él. Ese que busqué (y sigo buscando) todo lo necesario para que la adultez no le dé en la cara. Y he tenido que lidiar con ese evento y un niño que lo único que ha visto en todo un año son temblores, pandemia y hospitales. 


No, no me estoy quejando de la maternidad, hay momentos maravillosos, hay premios, hay ganancia, pero esta bueno de querer decirle a los demás cómo hacer este trabajo que es tan individualizado. Mamá, madre, mami que me lees, la maternidad es lindísima , y también es la mejor forma de descabronarte. Nunca tendrás tiempo de leer las letras pequeñas. Pero si eres una dura, podrás disfrutar de este trabajo que no tiene jubilación. Te abrazo.  


*imagen de cadenaser.com

sábado, 11 de julio de 2020

¿Qué es la normalidad?

La normalidad es un camino pavimentado: es cómodo para caminar, pero nunca crecerán flores en él”. -Vincent Van Gogh

     Luego de varios meses de cuarentena, con las debidas precauciones he comenzado a salir más. La parte que más me atormenta de salir, es el uso de la mascarilla. Siento que me asfixio, y que mis orejas están a punto de colapso. Cada vez que estoy en ese proceso, me crece la admiración, por quien desde el día uno, ha tenido que adaptarse por muchas horas al uso de ellas. Y en el proceso, he comentado, “No sé si estoy preparada para esta nueva normalidad.” Pero, ¿qué es la normalidad? La RAE me da varios significados para definir “normal” como por ejemplo 2. adj. Habitual u ordinario. 3. adj. Que sirve de norma o regla. 4. adj. Dicho de una cosa: Que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano. Por su parte, el filósofo francés Michel Foucault decía que lo normal es lo que hay que hacer, el comportamiento que una sociedad considera como propio. Por lo que ajustándose a esas definiciones quizás entendamos que lo normal es lo correcto. 

     Estas semanas o meses, vaya uno a saber, de acuerdo a la normalidad de cada persona, he visto y vivido la normalidad, como ese proceso, donde me sacan de mi zona de comfort. O sea, como si de la teoría de supervivencia se tratara, la vida, el mundo, las circunstancias, Dios, me está obligando a adaptarme a una nueva normalidad. Y no, no me refiero solo a la mascarilla. Entonces, en el proceso, te pones a cavilar ¿qué es normalidad? Pues antes, era levantarme a las 6 am para prepararme, preparar desayuno, levantar los niños y fielmente como llevo haciendo durante 13 años, tomar la misma ruta y llevarlos a la escuela e irme a trabajar. 

     Normalidad era, salir en la tarde y tomarme un café, o un trago, en algunas ocasiones con amistades, o sola. Buscar actividades extra curriculares a los niños para que como los niños de los demás, hagan cosas diferentes y que de una vez, se les despierte la vena artística. Ir a la universidad, y sentarme horas a leer, escribir o estudiar, porque la normalidad me dice que debo seguir luchando por ser un poquito más. 

     En el manual inexistente de la normalidad, nunca me explicaron, que la normalidad, no es necesariamente lo correcto, y que me iba a tocar vivirla desde otras perspectivas. Como tener que ir al hospital varías veces, y tener que decir, “La saturación normal de mi hijo es entre 95-99 porque el tiene una condición del corazón.” “Es normal que sude tanto, es que su corazón trabaja más.” “Prefiere pastillas a líquidos, es normal, las toma desde pequeño.” “Hoy se ha pasado durmiendo, es normal que se canse, tiene un corazón diferente.” Entre otras aseveraciones a lo largo de 11 años. El manual inexistente de la normalidad, me explicó que un niño tiene que saturar en 99 o más, que es normal que sude cuando hace calor y ha estado activo, y por lo tanto, debe cansarse. Me explicó que el uso excesivo de medicamentos hace daño, y que lo niños no deberían consumirlos. 

     Si les digo la verdad, una sola entrada no me daría para hacer un análisis exhaustivo de la normalidad de todos, y de la normalidad que se vive cuando tienes un niño con una condición de Salud que no se cura, y que con él pasar de los años se transforma. El problema como diría Arjona, ”no es el daño, el problema son las huellas.” Repercute en dejar de hacer inexistente el manual de la normalidad, y explicarle, que eso que el vive es la norma, aunque no exista una zona de comfort ni sea lo correcto. Con todo lo que estamos viviendo, ya no podemos dar por sentado que es normal y que no. Tenemos que vivir con el constante cambio que a veces la montaña rusa que llamamos vida nos pone de frente. Doloroso por demás, porque nadie quiere ser “anormal” caer en lo incorrecto. Sin embargo, como dijo Forrest Gump, “La vida es una caja de chocolates, nunca se sabe lo que te va a tocar.” Y eso, es una normalidad. 

lunes, 18 de mayo de 2020

Los dulces 18- Breve carta a mi hijo mayor

“Sé que sientes una gran felicidad porque te convertirás en un adulto pero también tengo que recordarte que tendrás muchas más responsabilidades.” - Autor desconocido 

     Cumplí 18 años hace unos 25 años, en el 1994, el mismo año que me graduaba de cuarto año. Ya tenía licencia de conducir, pero no tenía carro y me ganaba algunos dólares, haciendo tarjetas de presentación. Con los 18 llegó el regalo de mi madre: “Si quieres ir a la universidad, te tienes que ir a trabajar.” Entonces le dije que me quería ir a estudiar a San Juan y lo completó con: “Es en Ponce o nada.” Así que mientras muchos comenzaban rápido la universidad, yo entré 6 meses más tarde, cuando ya tenía un trabajo. Y por cuenta de tener un trabajo, lo que normalmente se supone se tome 4 años, a mí me tomó 6, una porque empecé tarde, otra, porque en un momento determinado hice “drop out”. No voy a venir con el comentario clichoso de “yo no volvería atrás”, yo sí, yo regresaría, si tuviera esta experiencia, claro, y trataría de hacer, todo lo humanamente posible diferente. Rememoro todos mis procesos de estupidez humana, y me pregunto constantemente. “¿Cómo no pude pensar mejor las cosas?” Sencillo, dice esa vocecita, no había quien te encaminara.

     Entonces, 25 años más tarde, me dan en la cara los 18 años de mi hijo mayor. Justamente como la madre, cumpliéndolos al terminar el cuarto año, con una licencia de conducir, y un carro en la marquesina, que espera paciente que pase la pandemia para poder ser arreglado y utilizado; y un trabajo. Esperando la respuesta de la universidad, porque a diferencia de hace 25 años atrás, se le dijo que se fuera a estudiar en otro pueblo y él fue el que decidió que se quedaba en el suyo. 

     A ti, mi hijo, que cumples 18. Los 18 años no son una recompensa, son un reto. Los verás como esa carrera, donde pasas la cinta, y crees haber llegado a la meta; pero no. Es una carrera de intercambio de batones. Cuando crees haber llegado, entonces empieza la otra parte. Llegan los 18 y con ellos llegan las responsabilidades más fuertes. Como esa de que tu estómago no es el único que tiene que estar lleno, porque sin gasolina el carro no se mueve. Recordar que si no se saca la basura, la cocina se llena de moscas. Ya no puedes preguntarte qué de importante tiene escribir un ensayo, porque el solo hecho de escribir correctamente cambiará el sentido de las cosas. Tendrás que empezar a decidir, entre tener horas en el trabajo que te ofrezca sustento, o pasarla bien con amistades o tu novia. Los 18 son la antesala a la vida adulta, que decidirá si será fructífera o un fracaso. Cuando pasen los meses, no sabrás si quieres cumplir 19 o si era mejor quedarte en los 17. Pero, no queda de otra, “el show debe continuar”.

     Querido hijo que cumples 18, disfruta la etapa, pero no lo veas como la puerta a una Libertad condicionada, como diría el genio de Aladdin: “No te sirvas de esa copa.” Utiliza en este pase de batón, todas las herramientas para convertirte en un hombre de bien. Aprende, cómo en esas carreras de Mario Kart, a esquivar lo que no te es conveniente, siempre la meta, te llevará a otra carrera. Disfruta los 18 años como el proceso de vida que es, sin excederte. Bienvenido a la adultez, tú solo decides en este camino, si los juegos del hambre, acaban de comenzar. Yo, te tengo Fe. 

¡Feliz Cumpleaños!

viernes, 8 de mayo de 2020

Transición

“Conforme avanza tu transición por la vida, te vas dando cuenta de que no eres la misma persona que eras antes.” - Desconozco el autor 

     Sinónimo de cambio, de pasar etapas. Como maestra de educación especial de nivel superior, la palabra transición es parte de mi cotidianidad. Los estudiantes de educación especial, además de las tareas académicas, también tienen que pasar por el proceso de la llamada transición a la vida adulta. Sin embargo, en el ámbito educativo, los niños pasan por una serie de transiciones. Por ejemplo, de preescolar a kínder, de kinder a primero, de tercero a cuarto, quinto a sexto, octavo a noveno, undécimo a duodécimo y Universidad. Por lo que se puede por una parte entender, que toda la vida se nos va en “transicionar”; si, es un disparate. 
Y si lo vemos desde cierto punto de vista, cuando “nos movemos” en ese cambio de la universidad, y cumplimos la mayoría de edad, y nos hacemos adultos, donde con la adultez llegan las responsabilidades más fuertes, y no me refiero a tener familia, sino a esa de mantener un trabajo, y poder pagar el carro y la casa; la transición se convierte en un disparate, en un engaño, y nos preguntamos miles de veces, ¿cuál era el apuro de crecer, decían? 
     
      Una de las transiciones que más valoro, y ya no sucede como antes, son las llamadas graduaciones. Soy defensora de ese acto, que aunque a veces es largo y tedioso, es uno de los actos que te ayudan a identificar en qué lugar de la vida estás parado. Todos los años de una manera u otra, algunos compañeros y yo, hacemos adopción de algún estudiante que no quiere ir a la graduación de cuarto año, por la razón que sea, y lo convencemos de que participe. 
     
      Este año era para mi sumamente importante la graduación de cuarto año de mi escuela. Mi hijo mayor es parte de ese grupo de jóvenes que les tocaba desfilar con sus togas y recibir el simbólico diploma de escuela superior, el papel que completa la transición a la adultez. Con la terminación de su cuarto año, llegan sus 18 años, excelente y sabrosa combinación, si les soy sincera. Es aquí, donde se separan los niños de los hombres, y dejo en la sociedad a un muchacho que ya se afeita la cara, que trabaja, que tiene permiso de conducir, y pronto pisará alguna universidad. Con su transición también va la mía, esa de mamá gallina, que tiene que dejar que el polluelo ya más grande vaya en busca de cómo satisfacer sus necesidades. 
     
      Mi hijo mayor, ha tenido unos estudios superiores bien atropellados. Su grado décimo se vio afectado por el huracán María, y su cuarto año por temblores y la pandemia. Ha tenido que “transicionar” más de lo que normalmente un adolescente está expuesto. Lo que a veces hace que los errores normales de un adolescente se vean con más ojo crítico. En dos semanas aún sin graduación física, mi hijo puede decir que terminó su enseñanza superior, y cumplirá 18 años, por lo que podrá jactarse de que es “mayor de edad”. Solo espero que las experiencias vividas, a las malas y a las buenas, le ayuden a “transicionar” de forma adecuada en la vida. Y que nunca tenga que preguntarse, ¿cuál era el apuro en crecer?

viernes, 21 de febrero de 2020

Soltar y Fluir ¿una resistencia o un estilo de vida?

“Tienes que fluir, para que la vida no te aplaste.” -Conozco el autor, pero prefiere el anonimato.

     Fue entre el 2011 y 2012, que me sumí en una depresión que atentó contra mi apetito combinándose con una anorexia que me dejó con un peso de ensueño de 147 libras. Fue durante ese proceso, que hablando con un amigo, me dijo: “Tienes que fluir, cuando decides fluir la vida no te aplasta.” Y como un Aura decidí comenzar a probar eso de ser como un rio, he ir fluyendo por la vida, con las circunstancias. Si como de una confesión se tratara, debo expresar que fluir, es un poquito tortuoso. No creo que haya un río que tenga una corriente limpia y libre por la cual puede fluir sin ningún obstáculo. Así que, cuando se decide fluir, es bien importante entender, que quizás la vida no te va a aplastar, pero si te va a poner tus peñones en el camino para que aprendas a adquirir destreza y resistencia, o lo conviertas en un estilo de vida. 

     Así que recapitulando tres mil y pico de temblores después, vivo en el sur de Puerto Rico donde lleva temblando desde el 28 de diciembre de 2019, he llegado a la conclusión que llevo fluyendo cerca de 37 años. Y no me había dado cuenta, hasta después de semana y media donde sentí, que aparte de la tierra, me estaba temblando, con pasión, mi salud emocional. Entonces, comienzo a rememorar esos cantazos que me ha dado la vida, y como con ellos he tenido que soltar y fluir. Como por ejemplo, (solo voy a mencionar los más fuertes a mi entender, imagínese yo contándole aquí casi 44 años de mi vida), cuando a los seis años mis papás se divorciaron, y yo de alguna forma, flui y borré cinta de cualquier recuerdo anterior a ese momento. 

     O puedo también contarles del día que fui a visitar a mi papá a su trabajo, y me enteré por sus compañeros que se había ido del país con su esposa e hijos; sin avisarme. Iba caminando desde la casa de mi abuela, hasta el trabajo de él, que venían siendo como unas dos cuadras, así que imagínese ese regresar, con el corazón completamente destrozado. Es casi seguro que algo se soltó en ese momento y tuve que fluir en el camino de regreso. Más interesante aún, fue saber de su regreso y encima llamarle, darle la dirección de mis actos de graduación de noveno grado y que nunca llegara. Las pocas fotos que tengo rescatadas de ese momento muestran la sonrisa de alguien que soltó y fluyó con el fin de disfrutar algo importante. 

     Rayos, creo que si sigo dándoles ejemplos, esta entrada se hará muy larga y ustedes seguramente se aburrirán. Pero en el camino, he pasado innumerables de situaciones que me han puesto a prueba, y que han sido casi la antesala para recibir un aplastamiento salvaje de parte del mundo. Y como diría un personaje puertorriqueño conocido como Súper Moncho: “Estoy viva.” No he tenido una vida medianamente fácil, y no me estoy victimizando, no ha sido fácil y ya. Hay veces que se piensa que si una familia es pequeña, las circunstancias se harán más cómodas y los conflictos serán menores, pero no hay nada que identifique más contrariamente ese argumento que el dicho que dice: “Pueblo chico, infierno grande.” 

     He tenido que trabajar en mi, y tratar de mejorar con mis hijos, esas cosas que casi me aplastaron en mi adolescencia, y que no es hasta ahora que me doy cuenta, que lo que hice sin entenderlo en aquel momento fue soltar y fluir. Sigo perdiendo en el camino “amigos”, “familia” y todas esas cosas que consideré importantes en algún momento, porque entendía que eran necesarias para mi estilo de vida, para complementarme. Creo que me he quedado en esa dinámica de lo que es una familia pequeña. Tres mil y pico de temblores después, porque aquí no ha parado de temblar, pero quizás un poco más centrada emocionalmente, con más aprendizaje en el cuerpo, (a veces aprendes más en una semana que en casi 44 años), puedo decir, que fluir y soltar hace mucho tiempo quizás fue mi resistencia, pero hoy, con un círculo cada vez más pequeño, y con una Ohana más pequeña aún, puedo decir, que es un estilo de vida.