viernes, 1 de enero de 2021

La silla del hospital

“A veces, el mayor de los problemas, está en pensar demasiado.” - Desconozco el autor


La silla de un hospital es tremendo spot para uno pensar en la inmortalidad del cangrejo. De hecho, el sofá de mi casa, la cama, incluso una silla en la terraza han sido excelentes spots para eso. Bueno, para serles sincera, yo no necesito de un lugar exclusivo para pensar en la inmortalidad del cangrejo. Yo solo tengo que tener un momento de ocio, y el ocio, como dice el dicho, es mal consejero. Anyway, estoy sentada en una silla de hospital, por vez, creo que decimoquinta o vigésima desde finales de febrero de 2020, ya perdí la cuenta. Creo que esta ha sido la vez que más he llorado y pensado. Tengo tanto que hacer, sin embargo, estoy encerrada en cuatro paredes, con un frío “pelú” escuchando un sonido bastante annoying que está monitoreando las respiraciones y saturación de mi hijo. El sonido me molesta, por el hecho de que me anuncia que su saturación está baja. Mientras, el duerme, ausente, sordo al sonido, pero que también conoce. 


Me consume el encierro, no es el hecho de estar en cuatro paredes, es que estamos en protocolo de cuidado por el covid, y por los pasillos no se ve un alma. Así que solo me acompaña el que duerme, el hambre, el frío y el sonidito exasperante. Me consume el encierro, porque ya llevamos mucho tiempo así. Si no estamos encerrados en casa, estamos encerrados en el hospital. Y entonces el ocio es “pachanguero” el no puede quedarse en casa, cuando nos tocan estos journeys al hospital, el se monta en la guagua y como una lapa, se me pega, sabiendo todo lo que tengo que hacer. Se pone más imposible en el justo momento en que puedo tener una pausa, porque ya el niño tiene los cables pegados, y se ha dormido, y ya yo he contestado los mensajes de todos los que se preocupan por su salud. 


Sentada en la silla del hospital, pareciera que el cabrón se ensaña conmigo y pega a abofetearme. Pudiéndome recordar que tengo trabajo pendiente, que busque como hacerlo. Pero no, empieza a pasarme factura de todas esas cosas que me duelen o me molestan o que echo en falta. Y sin ser demasiado detallista, porque puedo herir susceptibilidades, y el ser humano es bien changuito, se dedica a hacerme recordar a las fulanas y fulanos, menganas y menganos, zutanas y zutanos de “mi” vida. Y en ese recorrer se me tranca la quijada, o siento esa punzada en el corazón,  pensando en el tiempo que dedico en martirizarme preguntándome ¿por qué?, ¿cuándo?, ¿dónde?, y ¿quién? ¿Por que no están, por qué no llaman? ¿Por qué todo ha cambiado?. Me crecen unos deseos enormes de agarrar al ocio por lo cuernos (ya les dije que es un cabrón) y decirle que está bueno ya, de irme a lalalandia y estar pensando si el cangrejo se muere o sigue vivo. 


Que hay cosas esenciales e importantes que merecen más mi atención que pensar en porque no me dijeron, no me dicen, o no me hacen parte. Que mi mundo es chiquito, pero pesa como si fuera enorme. Que no necesariamente tiene que pasar el año, para que todo lo demás pase. Que tengo que vivir en la armonía que tengo permitida, porque hay un pequeño ser humano, que necesita que mis pensamientos se centren más allá de las circunstancias. No sé esta vez, cuantos días pase en esta silla. Tampoco es que me quiera acostumbrar a ella. Como no quiero que mi hijo se acostumbre a la cama del hospital. Pero si estoy consiente que toca cambiar el pensar, las expectativas y las preocupaciones. Toca decirle al ocio, que mi mente prefiere incluso el sonido annoying de la máquina, la que por cierto, ya dejó de sonar. 


* “Pensar en la inmortalidad del cangrejo” es una frase comúnmente utilizada en Hispanoamérica para dar a entender que un sujeto está ensimismado, somnoliento o distraído.

Sacado de planoinformativo.com


*imagen sacada de Instagram