lunes, 23 de julio de 2012

Examen


Me queda una semana de vacaciones, junio pasó lentísimo, pero julio voló. En este verano experimenté un sinnúmero de cosas, dolor, tristeza, angustia, felicidad, emoción, coraje, aprendizaje. Según llego al final de la jornada de mi descanso laboral y me preparo para un nuevo comienzo, hay sentimientos que han mermado. El dolor es menos, la tristeza es leve, la angustia es superflua, la felicidad se ha vuelto necesaria, la emoción deseada, el coraje se lo dejaré al karma y el aprendizaje es continuo. No voy a entrar en luchas internas sobre el porqué no saqué tiempo para enamorarme de mi en el verano como dije que lo iba a hacer. Tampoco es necesario atar cabos de porque perdí tanto tiempo pensando en banalidades.  

Hace un tiempo hablaba con una de mis sobrinas, sobre los procesos de la vida, le explicaba que aun cuando yo conocía lo que pasaba por su mente, porque yo también había tenido 16 años, le dejaba claro que de los golpes se aprendía. Que había experiencias que lamentablemente tenía que pasar, porque de algo había que aprender. Este verano, no puedo decir que estuve trepada en el ring de mi vida a puro “jap” porque les miento. Si, tuve mis momentos difíciles, pero también tuve muy buenos momentos. Sin embargo, siento que en estos dos meses tuve que hacer el examen de lo aprendido en estos últimos años. No fue un examen fácil, es algo similar a los exámenes de la universidad con los que los profesores nos hacían temblar. Esos que ellos llamaban final, final. Lo difícil realmente de un examen de ese tipo, es el hecho de que en un semestre se discuten miles de cosas y aun cuando tu libreta este llena de apuntes, no estás tan seguro de que debes estudiar. Imaginen esa dinámica con varios años de experiencia acumulada y con los apuntes en la libreta de tu cerebro borrados por el tiempo, las lágrimas y un montón de sentimientos.

La nota de mi examen no la sé, tampoco estoy segura de cuando me llegue el resultado. No voy a sentarme a esperar al cartero, ni a rebuscar en mis apuntes del cerebro en que parte fallé. El proceso banal de buscar culpables carece de sentido y más aun de madurez. Puedo asegurar que mientras hacia esa prueba, pude refrescar ciertos puntos. Que me recrimine en ciertos ítems, si lo hice, que me destruí en otros, también, que me abofetee mentalmente en algunos, claro, que jugué al tin marin en algunos importantes, no lo niego. Pero no mentí, contesté todo lo mejor que pude y con el corazón en la mano.

Ahora me toca utilizar lo que me dejó con dudas para superar mis momentos de decaimiento. Es momento de mirar a mí alrededor y estudiar cuidadosamente a quien me rodea. Cuidar mi confianza y no darla en bandeja de plata a cualquiera con mente de lobo y cara de oveja. Si no cuido mi confianza, nadie lo hará por mí. Tengo que llenar de vitaminas mi estima para que se vuelva muy saludable y por consiguiente dejar de pensar que tan necesaria es la opinión de los demás. Que no es cuestión de ser buena gente, si no de ser provechosa y más que nada ser completamente real, transparente, no tanto por fuera, pero bien importante, por dentro.

Al final del cuidado personal, cuando le dé la importancia a lo que se lo merece, entonces podré inicial ese amorío conmigo. Si quiero tener una relación verdadera conmigo misma, debo dejar de mentirme, de hacerme daño, y debo de dar tiempo a que el cariño renazca. Quizás puede que sea un proceso lento, tampoco quiero apresurar a “misma”.  Pero en el instante en que ponga los pies en la tierra y solo mantenga en mi ser las verdaderas prioridades de lo que significa crecer y aprender por mi propio bien; ese día seré fuerte. Sentiré amor real por mí, mi fortaleza y estima serán muy saludables y habrá una gran fiesta. Y créanme ese día, voy a botar la casa por la ventana.

martes, 10 de julio de 2012

Blue


El año antes de quedar embarazada de Ian, repudie muchas veces el término depresión. Era simple, estaba demasiado ocupada trabajando, estudiando y “bregando” con lo mejor para Jancito, por lo que no tenía tiempo para deprimirme. El año que quede embarazada de Ian, a pesar de haber pasado por 2 amenazas de aborto, tampoco tenía tiempo de deprimirme, seguía demasiado ocupada, cargando una barriga, trabajando todo el día y preparándome para el comprensivo de mi maestría.  El año que nació Ian, llore muchísimo, pero no me deprimí. Continuaba demasiado ocupada leyendo y  educándome sobre lo nuevo que llegaba a mi vida, buscando apoyo y preparándome para una cirugía. El año que le siguió, seguí demasiado ocupada trabajando y educando a otros para ser buenos maestros, Ian me había dado una tregua, todo parecía estar normal. Y llegó este año, y fue como un acumulo de peso en el sistema, y por razones relacionadas a la ambigüedad de las personas, ya no tenía mucho trabajo, el ocio se apoderó de mi vida; y me deprimí. No solo me deprimí, sino que tenía esta sensación de sentirme en extremo azul.

Sentirse azul es entrar en el mundo de la pena, del dolor, es sentir que una mano grande te aprieta el corazón, es andar a la par de la melancolía, es cruzar esa línea fina entre la tristeza y ese sentimiento de que nada tiene sentido. No importa si hay un mundo de cosas a tu alrededor que te ayuden a superar, a salir, a ver que hay porque luchar, solo se quiere llorar. Cuando me deprimí, permití que la estupidez humana y la anorexia se apoderaran de mí. En varios meses de 180 libras llegue a 155, no podía probar bocado, se me cerraba la garganta y solo quería llorar. Un fuerte dolor en las coyunturas me alarmó, salí corriendo a la oficina de la doctora. De solo verme la cara, fue al punto, me dijo: “tú estás deprimida y tienes que medicarte”. Mientras hablaba sobre lo mejor para mí en términos médicos y casi me convencía de entregarle mi vida a un antidepresivo, tuvo la delicadeza de explicarme el único efecto secundario del medicamento, y así como si estuviera pelando un guineo, la muy “jocosa” me dijo: “Tómatelas y ya verás como mejoras, el único efecto secundario es que no tendrás orgasmos”. O sea yo quería dejar de sentirme azul y con semejante alivio iba a terminar violeta.

En aquel momento contaba con dos personas que me dijeron que si me lo proponía, podía salir de mi depresión y que mejor forma que haciendo lo que más me gustaba; escribir. Una de esas personas, me hizo ver que era normal deprimirse, mas no era saludable quedarse ahí, estancado, ahogado, en el fondo. En el vaivén de mi auto terapia para salir de la depresión, muchas veces toque fondo, y subí a la superficie. Tuve incluso momentos donde sentía que estaba casi a flote y una corriente me arrastraba a lo profundo. Momentos donde las musas jugaban conmigo, y cuando mas apetito sentía, llegaba la anorexia y cerraba mi garganta. Pero, poco a poco volví a ser yo. No puedo dar por sentado que a veces tengo mis momentos, donde me canso de ser fuerte. Hay veces que simplemente quisiera un espacio y dar a entender que soy humana igual que los demás y que es normal que me sienta triste, melancólica, sobre todo cuando se coloca en entredicho mi sinceridad y cariño hacia los demás.

Este verano me llenó de terror, pase al principio por muchos acontecimientos que pensé que me darían ese tonito azul otra vez y si, no voy a negar que un 15 de junio; lloré. Lloré de dolor, de angustia, de tristeza, de coraje. Lloré de pensar en cómo a veces me dejo llevar por los ánimos de los demás, de porque fulanit@ no me habla, o porque perensejit@ no me escribe, incluso cuestionando porque zutanit@ es tan ambigú@. Cada persona lleva su vida como quiere, para eso es su vida. Lo importante es que a pesar del sentimiento que tenia y que me hizo llorar; no me sentí azul. El tiempo que he pasado pensando en tantas cosas, ha hecho que me dé cuenta, que aun cuando el proceso de tristeza es natural y sentirse azul también, lo importante es que querer salir. Que si uno quiere sumirse un ratito en ese trance, por el hecho de querer llorar a lágrima viva, tiene el derecho de hacerlo. Que a veces tocar fondo, te hace salir a la superficie más fuerte, pero si te quedas mucho tiempo, también puedes salir más duro.

Este año no fue fácil, perdí gente que apreciaba, por lo que no puedo asegurar que el próximo sea mejor. Tampoco puedo dar por sentado que no me voy a poner azul en algún momento, aunque preferiría ponerme verde. Mientras las circunstancias siguen ocurriendo, yo seguiré en mi auto terapia de escribir. Bien dijo Mario Vargas Llosa: "Se escribe para llenar vacíos, para tomarse desquites contra la realidad, contra las circunstancias." Mis circunstancias no me van a ganar, y cada vez que caiga voy a salir, a levantarme, con todas las alternativas posibles. No puedo poner en juego mi salud mental y mucho menos mis orgasmos.