jueves, 14 de marzo de 2019

Los miércoles y sus fisuras

" We too can repair our cracks with gold, and glow again, crazed by life, more beautiful than before."- Scott Hastie

          Hace unos años, un estudiante del que fui mentora para un premio escolar, en medio de una conversación, me describió como “Una Medusa metafórica andante”. A mi en lo personal me estuvo aparte de jocoso, muy halagador. Otras personas quizás en mi lugar, pensarían, ¿acaso no te está describiendo de una forma demasiado fuerte? Pues, quizás si. La capacidad de metaforizar la mayoría de mis expresiones no sé cuándo la adquirí, aunque se encuentra bastante cercana a mi forma de expresar el sarcasmo. Para mi todo tiene una comparación o una canción que lo identifica. Así que el día que me paré frente al espejo y me vi los rizos que comencé a amar más tarde, como otras tantas cosas, mi reacción fue: “ Cristo, parezco una medusa.” Y sí, me refería a ese ser mitológico que tiene muchas serpientes en la cabeza y con la mirada petrificaba. Quién me conoce sabe, que no soy el ser más dulce del universo. Y sí, cabe destacar que cuando miro feo, pues lo hago feo de verdad. Así que la descripción quedaba. Acertada.

          Hace par de miércoles atrás, recordaba que ese dia de la semana no es mi favorito. Emmm, cómo les explico, cómo si se tratara de mala suerte, resulta que las cosas que más duelen me pasan los miércoles. Y de esas cosas que lastiman,  jodidamente aparecen fisuras. Por lo que si vamos a metaforizar, soy una base de cerámica, cubierta de grietas. Soy propensa a las fisuras, a veces puedo llegar a sentir el dolor cuando se forman, tan cerca y fuerte, como cuando te cortas con un papel, y eso duele mucho. Como por ejemplo el miércoles pasado, que en un momento determinado del día  pasó, se había creado una nueva fisura. Sin embargo, todas las veces que pasaba esto, nunca sentí lo que sentí en la semana que siguió a la creación de esa fisura, esta vez sentía cómo se escapaba algo muy importante de mi; por ahí. No fue hasta la víspera del otro miércoles, cuando me retumbaba en la mente que llevaba 4 días con una tranquilidad muy sospechosa para mi. Por primera vez en mucho tiempo, no dejaba que la frustración, el coraje, la tristeza y el dolor, me hicieran trapo. Entonces lo entendí, tenía un “liqueo” de intensidad.

          Tengo que destacar que este miércoles hizo su agosto y me dio mi sacudida semanal. Increíblemente y más aún sospechosamente, aunque estaba medio achocada, hice lo que se supone sea un estilo de vida, flui. Y mientras trataba de redactar lo que será mi primer capítulo de tesis, me desahogaba con par de amistades y perdía el tiempo en un juego en el teléfono, recordé esa técnica japonesa llamada “Kintsugi”, que consiste en la "reparación de la cerámica rota con un adhesivo fuerte, rociado, luego, con polvo de oro. El resultado es que la cerámica no sólo queda reparada sino que es aún más fuerte que la original. En lugar de tratar de ocultar los defectos y grietas, estos se acentúan y celebran, ya que ahora se han convertido en la parte más fuerte de la pieza."

           Así que aquí estoy en introspección, mirándome por dentro con el don de la Medusa, buscando petrificar cada fisura que tengo por dentro. Creo que lo que se perdió de intensidad estaba demás, y era necesario tener esa pérdida, las cosas no pueden siempre verse con el mismo nivel de intensidad. Rellenar con lo que tengo a la mano, lo que cabe, lo que puedo dominar, o moldear sea color oro, o color esperanza, y seguir en este “feeling” de #calmamividaconcalma qué se me ha agarrado del alma y al fin ha decidido darme ese espacio de ver que puedo ser capaz de superar todos los miércoles de mi vida. Esta Medusa metafórica andante, es una nueva base, más fuerte, más hermosa y más feliz.

sábado, 9 de marzo de 2019

¿Me cuidarás cuando sea viejita?

“Porque no quiero.  Tita con estas tres palabras había dado el primer paso hacia la libertad.”- Como agua para chocolate. 

          Cuándo miro a mi espabilado muchachito, y hablamos de tantas cosas que solo se le ocurren a los niños de 10 años, se me hace una melcocha de emociones. Wow! 10 años, todavía es mi pequeño niño, el bebé, el menor, “el chiquito”. Sin embargo en ese repasar anual, donde agradezco un chin más de lo que agradezco diariamente, lo veo enorme, grandote, largo, flaco y con una personalidad tan polifacética. Me viene a la mente que no han sido 10 años fáciles, que han sido duros, que en 10 años he perdido mucho y he ganado muchísimo más. Y esta él, siempre él y esa habilidad exquisita de armarme y destruirme. Esa habilidad exquisita, de hacerme sentir un amor tan puro, tan real, tan grande, tan eterno y a veces tan lleno de dudas.

          Así que no puedo recordar exactamente en qué momento de estos 10 años, comencé a preguntarle, si me iba a cuidar cuando fuera viejita. Cada vez que le hago la pregunta me vienen a la mente dos cosas, la novela Como agua para chocolate, y lo que yo llamo jocosamente “La maldición de Evelyn”. Si trato de buscar en mi mente, creo que la pregunta empezó en el 2015, luego de que viajara a Florida y quedara enamorado; de los parques. También en aquel entonces vivía allí lo que pudiéramos llamar su primer amor. Han pasado casi 4 años de eso, y aunque vagamente recuerda a Camelia, nunca olvida, que desde ese viaje decidió que ese sería su destino de mayor. Oigan, pero que carajos hace pensando un muchachito de 6 años en aquel entonces, que cuando se casara se iba a ir del país. La culpa sin duda, es toda mía. Que les puedo decir, yo creo que yo aprendí a vivir, cuando ya la conciencia decía: “¿Sabes que hay una vida allá afuera?”

          Anyway, preguntarle a Ian, si me va a cuidar de viejita, se ha convertido en una pregunta rutinaria, en una prueba para medir su tolerancia y amor y mi capacidad de soportar el dolor. Cada vez que le pregunto, no puedo evitar recordar a Tita, la protagonista de Como agua para chocolate, y de como su vida tenía que concentrarse en cuidar a su madre hasta la muerte. No había oportunidad de vivir, ese era su destino. Pero claro, eso es una novela, y cuando yo le hago la consabida pregunta al muchachito, no es que pretenda que no haga vida por el hecho de cuidarme. Pero cuando Ian, pone en duda si me ama tanto, como para cuidarme de viejita, entonces no puedo evitar recordar cuando mi difunta madre en un coraje, me dijo por teléfono, “que me iba a quedar sola”, por eso le he catalogado esa duda y negativa a cuidarme como “la maldición de Evelyn”.

          El que Ian coloque en duda su amor, porque piensa, que cuidarme es no poder cumplir sus sueños, me da un poquito de dolor en el corazón. Ian es ese hilo rojo que el destino decidió que iba a estar en mi vida. De todos los hombres de mi vida, el que me enseñaría la capacidad máxima de amor y tolerancia desde todas las posibles expectativas existentes. Sabe que doy la vida por él, y que el fin del mundo es un paso si de él se trata. Estos 10 años han pasado volando, joder, 10 años. Y en un abrir y cerrar de ojos, cuando menos lo espere, habrán pasado otros 10 años y mi niño cumplirá con no poder o no quererme cuidar porque le toca seguir una vida que yo misma le he exigido tener. Se irá, y yo me quedaré con mis canas, mis años encima, mi dolor y con la esperanza de que aunque me “quede sola”, logré enseñarle a vivir. Mi principito abandonará su planeta y a su rosa, pero la rosa, siempre lo estará esperando. Mientras, esperaré pacientemente al mayordomo y chofer que ha quedado de contratar para cubrir su ausencia.