lunes, 23 de enero de 2017

Tengo unos zapatitos

Caminante no hay camino, se hace camino al andar. -Serrat


Guardo unos zapatitos, los guardo por amor, por nostalgia, por aprendizaje. Me los regaló mi hermano, para mi hijo mayor, hace casi 15 años. Fue de las pocas cosas que guardé, primero, porque me los regaló mi hermano, segundo porque son unos Timberland, los cuales indudablemente yo podré algún día costear. Así que, con mis razones muy válidas, nunca regalé los zapatos. En estos días, mientras los encontraba, con los tesoros que guardo en las gavetas de mi hijo menor, los encontré nuevamente. Y me dio nostalgia ver esos zapatitos tan chiquitos. Y más nostalgia me dio recordar que ya mis hijos están grandes. Entonces, quiero llenarlos de aprendizajes, de costumbres, de esperanzas. Y a veces, en ese intentar, no logró medir, que aunque mi amor por ellos, crece con ellos, ya los zapatitos no le sirven. Mientras veo mis huellas, sea frente de ellos o detrás, tengo que entender, que puedo guiarlos, pero no hacerles camino, porque ese lo hacen ellos al andar. 

Muchas veces me frustro, porque no logro comprender, como se me pueden desviar. O porque no pueden comprender o darle validez a lo que yo a mis cuarenta años presumo que es importante. Así que en ocasiones, he recurrido a ahogar mi frustración y dejarlos que literalmente se "maten" jugando. Dando por sentado que el grande debe aprender a manejar su brusquedad y por consiguiente el pequeño debe aprender a defenderse. Pero, soy madre, y al igual que en un ring de boxeo, toca la campana, se tira la toalla, y el más pequeño llora. A veces por la frustración de verse perdido, a veces por la frustración de no poder ganar. Es ahí donde cantaleteo, guiando, llevando, tratando de barrer las inseguridades. Recordándole al mayor lo cerca que está de los quince y su insistencia en comportarse como el de 7, pero con la brusquedad que carga en ese cuerpo tan pesado y alto. Recordándole al pequeño, que aprenda a ignorar, un equivalente a fluir. Y de por sentado que a veces su hermano lo mortifica por deporte. 

A veces olvido, que con unos 7 años de diferencia, ese pequeño tiene más camino recorrido que yo. Que no se le puede pedir a alguien que pare en la guerra, cuando se la pasa viviendo en batalla. Que las armaduras a veces no se llevan por fuera y que cubren esas imperfecciones que para mal, traen un bien a quién lo tiene cerca. Y están los caminos recorridos por el mayor. Tantos cambios, tantas historias, tantas pequeñas batallas que se hacen enormes, dentro del cuerpo de un adolescente, que no deja morir ese niño que lleva dentro, y que tampoco debe hacerlo. En este camino de la maternidad, es imposible no barrer caminos. No querer evitar los baches, no querer que se ensucien. Pero es justamente ese camino, el que he recorrido de muchas formas, que me recuerda, que en la vida que le queda a mis hijos, mientras sean parte de mi hogar, hasta que sean hombres, no puedo imponerles un camino, su camino siempre se hará al andar.