Fue entre el 2011 y 2012, que me sumí en una depresión que atentó contra mi apetito combinándose con una anorexia que me dejó con un peso de ensueño de 147 libras. Fue durante ese proceso, que hablando con un amigo, me dijo: “Tienes que fluir, cuando decides fluir la vida no te aplasta.” Y como un Aura decidí comenzar a probar eso de ser como un rio, he ir fluyendo por la vida, con las circunstancias. Si como de una confesión se tratara, debo expresar que fluir, es un poquito tortuoso. No creo que haya un río que tenga una corriente limpia y libre por la cual puede fluir sin ningún obstáculo. Así que, cuando se decide fluir, es bien importante entender, que quizás la vida no te va a aplastar, pero si te va a poner tus peñones en el camino para que aprendas a adquirir destreza y resistencia, o lo conviertas en un estilo de vida.
Así que recapitulando tres mil y pico de temblores después, vivo en el sur de Puerto Rico donde lleva temblando desde el 28 de diciembre de 2019, he llegado a la conclusión que llevo fluyendo cerca de 37 años. Y no me había dado cuenta, hasta después de semana y media donde sentí, que aparte de la tierra, me estaba temblando, con pasión, mi salud emocional. Entonces, comienzo a rememorar esos cantazos que me ha dado la vida, y como con ellos he tenido que soltar y fluir. Como por ejemplo, (solo voy a mencionar los más fuertes a mi entender, imagínese yo contándole aquí casi 44 años de mi vida), cuando a los seis años mis papás se divorciaron, y yo de alguna forma, flui y borré cinta de cualquier recuerdo anterior a ese momento.
O puedo también contarles del día que fui a visitar a mi papá a su trabajo, y me enteré por sus compañeros que se había ido del país con su esposa e hijos; sin avisarme. Iba caminando desde la casa de mi abuela, hasta el trabajo de él, que venían siendo como unas dos cuadras, así que imagínese ese regresar, con el corazón completamente destrozado. Es casi seguro que algo se soltó en ese momento y tuve que fluir en el camino de regreso. Más interesante aún, fue saber de su regreso y encima llamarle, darle la dirección de mis actos de graduación de noveno grado y que nunca llegara. Las pocas fotos que tengo rescatadas de ese momento muestran la sonrisa de alguien que soltó y fluyó con el fin de disfrutar algo importante.
Rayos, creo que si sigo dándoles ejemplos, esta entrada se hará muy larga y ustedes seguramente se aburrirán. Pero en el camino, he pasado innumerables de situaciones que me han puesto a prueba, y que han sido casi la antesala para recibir un aplastamiento salvaje de parte del mundo. Y como diría un personaje puertorriqueño conocido como Súper Moncho: “Estoy viva.” No he tenido una vida medianamente fácil, y no me estoy victimizando, no ha sido fácil y ya. Hay veces que se piensa que si una familia es pequeña, las circunstancias se harán más cómodas y los conflictos serán menores, pero no hay nada que identifique más contrariamente ese argumento que el dicho que dice: “Pueblo chico, infierno grande.”
He tenido que trabajar en mi, y tratar de mejorar con mis hijos, esas cosas que casi me aplastaron en mi adolescencia, y que no es hasta ahora que me doy cuenta, que lo que hice sin entenderlo en aquel momento fue soltar y fluir. Sigo perdiendo en el camino “amigos”, “familia” y todas esas cosas que consideré importantes en algún momento, porque entendía que eran necesarias para mi estilo de vida, para complementarme. Creo que me he quedado en esa dinámica de lo que es una familia pequeña. Tres mil y pico de temblores después, porque aquí no ha parado de temblar, pero quizás un poco más centrada emocionalmente, con más aprendizaje en el cuerpo, (a veces aprendes más en una semana que en casi 44 años), puedo decir, que fluir y soltar hace mucho tiempo quizás fue mi resistencia, pero hoy, con un círculo cada vez más pequeño, y con una Ohana más pequeña aún, puedo decir, que es un estilo de vida.
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