Luego de pasar un año atropellado a consecuencia del huracán Maria, el PBL y mi tan interesante aventura doctoral, llegó el verano. Lo ansiaba, lo necesitaba, lo deseaba, así como mujer que espera a su amante. Si, no tengo otra analogía para describir la pasión con la que
esperaba que llegara el verano y yo al fin pudiera hacer lo que tanto me gustaba hacer; dormir. Pero con la llegada del verano, la necesidad de respirar y de tener ese amorío con este tiempo de vacaciones, llegó la brillante idea de apuntar a mi chiquillo en un campamento, y de que mi adolescente tuviera trabajo de verano. Entonces... no tuve tiempo de dormir. El asunto con dormir, es que yo soy un poco parecida a un oso, yo hiberno, de hecho si sigo comiendo como voy, seguramente en lo físico también pareceré uno.
Dormir para mi conlleva no solo un mero placer, cuando duermes realizas o no realizas un sinnúmero de cosas que quizás despierta te estrujan un poquito el diario vivir, y a veces el alma. Así que para mi, dormir es una especie de ejercicio a favor de mi salud emocional. Los Geminianos se distinguen por tener varias personalidades. Y yo soy una paradoja, así que mi mente está en bolines, todo el tiempo en que estoy despierta. En ocasiones eso causa un poco de dolor, puede ser de cabeza, en la boca, en las articulaciones, en el corazón. Aunque estar despierto supone tener la facilidad de pensar mejor las cosas, el dormir supone a su vez ese proceso de desconexión obligatoria. Ese momento en que tu cerebro “descansa” que no es del todo cierto, pero es una oportunidad para hacer un espacio de tiempo y esperas un despertar un poco más liviano ante el hecho de que cuando duermes, no piensas, no te cuestionas, no luchas, no lloras y en mi caso, una de las mejores cosas, no estornudas.