lunes, 18 de mayo de 2020

Los dulces 18- Breve carta a mi hijo mayor

“Sé que sientes una gran felicidad porque te convertirás en un adulto pero también tengo que recordarte que tendrás muchas más responsabilidades.” - Autor desconocido 

     Cumplí 18 años hace unos 25 años, en el 1994, el mismo año que me graduaba de cuarto año. Ya tenía licencia de conducir, pero no tenía carro y me ganaba algunos dólares, haciendo tarjetas de presentación. Con los 18 llegó el regalo de mi madre: “Si quieres ir a la universidad, te tienes que ir a trabajar.” Entonces le dije que me quería ir a estudiar a San Juan y lo completó con: “Es en Ponce o nada.” Así que mientras muchos comenzaban rápido la universidad, yo entré 6 meses más tarde, cuando ya tenía un trabajo. Y por cuenta de tener un trabajo, lo que normalmente se supone se tome 4 años, a mí me tomó 6, una porque empecé tarde, otra, porque en un momento determinado hice “drop out”. No voy a venir con el comentario clichoso de “yo no volvería atrás”, yo sí, yo regresaría, si tuviera esta experiencia, claro, y trataría de hacer, todo lo humanamente posible diferente. Rememoro todos mis procesos de estupidez humana, y me pregunto constantemente. “¿Cómo no pude pensar mejor las cosas?” Sencillo, dice esa vocecita, no había quien te encaminara.

     Entonces, 25 años más tarde, me dan en la cara los 18 años de mi hijo mayor. Justamente como la madre, cumpliéndolos al terminar el cuarto año, con una licencia de conducir, y un carro en la marquesina, que espera paciente que pase la pandemia para poder ser arreglado y utilizado; y un trabajo. Esperando la respuesta de la universidad, porque a diferencia de hace 25 años atrás, se le dijo que se fuera a estudiar en otro pueblo y él fue el que decidió que se quedaba en el suyo. 

     A ti, mi hijo, que cumples 18. Los 18 años no son una recompensa, son un reto. Los verás como esa carrera, donde pasas la cinta, y crees haber llegado a la meta; pero no. Es una carrera de intercambio de batones. Cuando crees haber llegado, entonces empieza la otra parte. Llegan los 18 y con ellos llegan las responsabilidades más fuertes. Como esa de que tu estómago no es el único que tiene que estar lleno, porque sin gasolina el carro no se mueve. Recordar que si no se saca la basura, la cocina se llena de moscas. Ya no puedes preguntarte qué de importante tiene escribir un ensayo, porque el solo hecho de escribir correctamente cambiará el sentido de las cosas. Tendrás que empezar a decidir, entre tener horas en el trabajo que te ofrezca sustento, o pasarla bien con amistades o tu novia. Los 18 son la antesala a la vida adulta, que decidirá si será fructífera o un fracaso. Cuando pasen los meses, no sabrás si quieres cumplir 19 o si era mejor quedarte en los 17. Pero, no queda de otra, “el show debe continuar”.

     Querido hijo que cumples 18, disfruta la etapa, pero no lo veas como la puerta a una Libertad condicionada, como diría el genio de Aladdin: “No te sirvas de esa copa.” Utiliza en este pase de batón, todas las herramientas para convertirte en un hombre de bien. Aprende, cómo en esas carreras de Mario Kart, a esquivar lo que no te es conveniente, siempre la meta, te llevará a otra carrera. Disfruta los 18 años como el proceso de vida que es, sin excederte. Bienvenido a la adultez, tú solo decides en este camino, si los juegos del hambre, acaban de comenzar. Yo, te tengo Fe. 

¡Feliz Cumpleaños!

viernes, 8 de mayo de 2020

Transición

“Conforme avanza tu transición por la vida, te vas dando cuenta de que no eres la misma persona que eras antes.” - Desconozco el autor 

     Sinónimo de cambio, de pasar etapas. Como maestra de educación especial de nivel superior, la palabra transición es parte de mi cotidianidad. Los estudiantes de educación especial, además de las tareas académicas, también tienen que pasar por el proceso de la llamada transición a la vida adulta. Sin embargo, en el ámbito educativo, los niños pasan por una serie de transiciones. Por ejemplo, de preescolar a kínder, de kinder a primero, de tercero a cuarto, quinto a sexto, octavo a noveno, undécimo a duodécimo y Universidad. Por lo que se puede por una parte entender, que toda la vida se nos va en “transicionar”; si, es un disparate. 
Y si lo vemos desde cierto punto de vista, cuando “nos movemos” en ese cambio de la universidad, y cumplimos la mayoría de edad, y nos hacemos adultos, donde con la adultez llegan las responsabilidades más fuertes, y no me refiero a tener familia, sino a esa de mantener un trabajo, y poder pagar el carro y la casa; la transición se convierte en un disparate, en un engaño, y nos preguntamos miles de veces, ¿cuál era el apuro de crecer, decían? 
     
      Una de las transiciones que más valoro, y ya no sucede como antes, son las llamadas graduaciones. Soy defensora de ese acto, que aunque a veces es largo y tedioso, es uno de los actos que te ayudan a identificar en qué lugar de la vida estás parado. Todos los años de una manera u otra, algunos compañeros y yo, hacemos adopción de algún estudiante que no quiere ir a la graduación de cuarto año, por la razón que sea, y lo convencemos de que participe. 
     
      Este año era para mi sumamente importante la graduación de cuarto año de mi escuela. Mi hijo mayor es parte de ese grupo de jóvenes que les tocaba desfilar con sus togas y recibir el simbólico diploma de escuela superior, el papel que completa la transición a la adultez. Con la terminación de su cuarto año, llegan sus 18 años, excelente y sabrosa combinación, si les soy sincera. Es aquí, donde se separan los niños de los hombres, y dejo en la sociedad a un muchacho que ya se afeita la cara, que trabaja, que tiene permiso de conducir, y pronto pisará alguna universidad. Con su transición también va la mía, esa de mamá gallina, que tiene que dejar que el polluelo ya más grande vaya en busca de cómo satisfacer sus necesidades. 
     
      Mi hijo mayor, ha tenido unos estudios superiores bien atropellados. Su grado décimo se vio afectado por el huracán María, y su cuarto año por temblores y la pandemia. Ha tenido que “transicionar” más de lo que normalmente un adolescente está expuesto. Lo que a veces hace que los errores normales de un adolescente se vean con más ojo crítico. En dos semanas aún sin graduación física, mi hijo puede decir que terminó su enseñanza superior, y cumplirá 18 años, por lo que podrá jactarse de que es “mayor de edad”. Solo espero que las experiencias vividas, a las malas y a las buenas, le ayuden a “transicionar” de forma adecuada en la vida. Y que nunca tenga que preguntarse, ¿cuál era el apuro en crecer?