“Porque no quiero. Tita con estas tres palabras había dado el primer paso hacia la libertad.”- Como agua para chocolate.
Cuándo miro a mi espabilado muchachito, y hablamos de tantas cosas que solo se le ocurren a los niños de 10 años, se me hace una melcocha de emociones. Wow! 10 años, todavía es mi pequeño niño, el bebé, el menor, “el chiquito”. Sin embargo en ese repasar anual, donde agradezco un chin más de lo que agradezco diariamente, lo veo enorme, grandote, largo, flaco y con una personalidad tan polifacética. Me viene a la mente que no han sido 10 años fáciles, que han sido duros, que en 10 años he perdido mucho y he ganado muchísimo más. Y esta él, siempre él y esa habilidad exquisita de armarme y destruirme. Esa habilidad exquisita, de hacerme sentir un amor tan puro, tan real, tan grande, tan eterno y a veces tan lleno de dudas.
Así que no puedo recordar exactamente en qué momento de estos 10 años, comencé a preguntarle, si me iba a cuidar cuando fuera viejita. Cada vez que le hago la pregunta me vienen a la mente dos cosas, la novela Como agua para chocolate, y lo que yo llamo jocosamente “La maldición de Evelyn”. Si trato de buscar en mi mente, creo que la pregunta empezó en el 2015, luego de que viajara a Florida y quedara enamorado; de los parques. También en aquel entonces vivía allí lo que pudiéramos llamar su primer amor. Han pasado casi 4 años de eso, y aunque vagamente recuerda a Camelia, nunca olvida, que desde ese viaje decidió que ese sería su destino de mayor. Oigan, pero que carajos hace pensando un muchachito de 6 años en aquel entonces, que cuando se casara se iba a ir del país. La culpa sin duda, es toda mía. Que les puedo decir, yo creo que yo aprendí a vivir, cuando ya la conciencia decía: “¿Sabes que hay una vida allá afuera?”
Anyway, preguntarle a Ian, si me va a cuidar de viejita, se ha convertido en una pregunta rutinaria, en una prueba para medir su tolerancia y amor y mi capacidad de soportar el dolor. Cada vez que le pregunto, no puedo evitar recordar a Tita, la protagonista de Como agua para chocolate, y de como su vida tenía que concentrarse en cuidar a su madre hasta la muerte. No había oportunidad de vivir, ese era su destino. Pero claro, eso es una novela, y cuando yo le hago la consabida pregunta al muchachito, no es que pretenda que no haga vida por el hecho de cuidarme. Pero cuando Ian, pone en duda si me ama tanto, como para cuidarme de viejita, entonces no puedo evitar recordar cuando mi difunta madre en un coraje, me dijo por teléfono, “que me iba a quedar sola”, por eso le he catalogado esa duda y negativa a cuidarme como “la maldición de Evelyn”.
El que Ian coloque en duda su amor, porque piensa, que cuidarme es no poder cumplir sus sueños, me da un poquito de dolor en el corazón. Ian es ese hilo rojo que el destino decidió que iba a estar en mi vida. De todos los hombres de mi vida, el que me enseñaría la capacidad máxima de amor y tolerancia desde todas las posibles expectativas existentes. Sabe que doy la vida por él, y que el fin del mundo es un paso si de él se trata. Estos 10 años han pasado volando, joder, 10 años. Y en un abrir y cerrar de ojos, cuando menos lo espere, habrán pasado otros 10 años y mi niño cumplirá con no poder o no quererme cuidar porque le toca seguir una vida que yo misma le he exigido tener. Se irá, y yo me quedaré con mis canas, mis años encima, mi dolor y con la esperanza de que aunque me “quede sola”, logré enseñarle a vivir. Mi principito abandonará su planeta y a su rosa, pero la rosa, siempre lo estará esperando. Mientras, esperaré pacientemente al mayordomo y chofer que ha quedado de contratar para cubrir su ausencia.
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