Me queda una semana de vacaciones, junio pasó
lentísimo, pero julio voló. En este verano experimenté un sinnúmero de cosas,
dolor, tristeza, angustia, felicidad, emoción, coraje, aprendizaje. Según llego
al final de la jornada de mi descanso laboral y me preparo para un nuevo
comienzo, hay sentimientos que han mermado. El dolor es menos, la tristeza es
leve, la angustia es superflua, la felicidad se ha vuelto necesaria, la emoción
deseada, el coraje se lo dejaré al karma y el aprendizaje es continuo. No voy a
entrar en luchas internas sobre el porqué no saqué tiempo para enamorarme de mi
en el verano como dije que lo iba a hacer. Tampoco es necesario atar cabos de
porque perdí tanto tiempo pensando en banalidades.
Hace un tiempo hablaba con una de mis
sobrinas, sobre los procesos de la vida, le explicaba que aun cuando yo conocía
lo que pasaba por su mente, porque yo también había tenido 16 años, le dejaba
claro que de los golpes se aprendía. Que había experiencias que lamentablemente
tenía que pasar, porque de algo había que aprender. Este verano, no puedo decir
que estuve trepada en el ring de mi vida a puro “jap” porque les miento. Si,
tuve mis momentos difíciles, pero también tuve muy buenos momentos. Sin embargo,
siento que en estos dos meses tuve que hacer el examen de lo aprendido en estos
últimos años. No fue un examen fácil, es algo similar a los exámenes de la
universidad con los que los profesores nos hacían temblar. Esos que ellos
llamaban final, final. Lo difícil realmente de un examen de ese tipo, es el
hecho de que en un semestre se discuten miles de cosas y aun cuando tu libreta
este llena de apuntes, no estás tan seguro de que debes estudiar. Imaginen esa dinámica
con varios años de experiencia acumulada y con los apuntes en la libreta de tu
cerebro borrados por el tiempo, las lágrimas y un montón de sentimientos.
La nota de mi examen no la sé, tampoco estoy
segura de cuando me llegue el resultado. No voy a sentarme a esperar al
cartero, ni a rebuscar en mis apuntes del cerebro en que parte fallé. El
proceso banal de buscar culpables carece de sentido y más aun de madurez. Puedo
asegurar que mientras hacia esa prueba, pude refrescar ciertos puntos. Que me
recrimine en ciertos ítems, si lo hice, que me destruí en otros, también, que
me abofetee mentalmente en algunos, claro, que jugué al tin marin en algunos
importantes, no lo niego. Pero no mentí, contesté todo lo mejor que pude y con
el corazón en la mano.
Ahora me toca utilizar lo que me dejó con
dudas para superar mis momentos de decaimiento. Es momento de mirar a mí
alrededor y estudiar cuidadosamente a quien me rodea. Cuidar mi confianza y no
darla en bandeja de plata a cualquiera con mente de lobo y cara de oveja. Si no
cuido mi confianza, nadie lo hará por mí. Tengo que llenar de vitaminas mi
estima para que se vuelva muy saludable y por consiguiente dejar de pensar que
tan necesaria es la opinión de los demás. Que no es cuestión de ser buena
gente, si no de ser provechosa y más que nada ser completamente real,
transparente, no tanto por fuera, pero bien importante, por dentro.
Al final del cuidado personal, cuando le dé
la importancia a lo que se lo merece, entonces podré inicial ese amorío conmigo.
Si quiero tener una relación verdadera conmigo misma, debo dejar de mentirme,
de hacerme daño, y debo de dar tiempo a que el cariño renazca. Quizás puede que
sea un proceso lento, tampoco quiero apresurar a “misma”. Pero en el instante en que ponga los pies en
la tierra y solo mantenga en mi ser las verdaderas prioridades de lo que
significa crecer y aprender por mi propio bien; ese día seré fuerte. Sentiré amor real por mí, mi fortaleza y estima serán muy saludables y habrá
una gran fiesta. Y créanme ese día, voy a botar la casa por la ventana.
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