Mostrando entradas con la etiqueta adultez. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta adultez. Mostrar todas las entradas

lunes, 18 de julio de 2022

Mi maternidad, ¿una posible dictadura?

 “Todas deseamos en secreto que esa amiga/o, nomadre/nopadre tenga hijos para poder decirle: “Ahora me entiendes, ¿no?” - @mamaPetaZeta


          Todos los días me arrastro por las cunetas de la vida y sin fallar hago introspección y me “autoflajelo” mientras reflexiono en mi papel de madre. Llevo años haciendo cantos de todas las maneras posibles las brechas generacionales que destruyeron mi niñez, adolescencia y paso a la adultez. Y ni aún así, tengo los hijos perfectos que creo merecer tener. Claro, porque si me dejo llevar de facebook, sin conocer lo que sucede en las cuatro paredes de otras casas, siempre pensaré que hay hijos que si son perfectos. Lo que abona y alimenta a mi frustración de “mala” madre. Estamos tan arraigados al que dirán o al que piensan, que dejamos que los demás que tienen el placer de juzgar se hagan dueños de tu persona, de tu ser, de tu vida. Los cuales a veces, muchas veces, sin saber “cómo se bate el cobre”, abren su boquita, si, esa que usan para comer, y te dicen que estas mal, que eso no se hace, que así no funciona. No sé cuantos libros he leído para que me ayuden a ser “mejor” madre. Nunca los termino de leer, porque cuando voy por la mitad, me doy cuenta que todo eso, ya lo he hecho y simplemente no me ha funcionado. 

          He tratado de llevar la maternidad en todas las vertientes, a veces educo con amor y recompensa, y a veces, mi cabello se torna verde, serpentea y sisea, y educo con gritos y castigos. Llevo años haciendo lo indecible por la buena salud física y mental de mis hijos, esperando que personas que no aportan ni tiempo, ni economía, ni apoyo me digan: “Wow, te admiro, estás haciendo un trabajo cabrón.” A través de los años, me ha vencido la frustración y he caído llorando de desesperación tanto delante de mis hijos como a sus espaldas, cuando he tenido que vivir semanas tras semanas la falta de respeto y consideración que tienen mis hijos en mi casa. Esa que solo se ve en mi casa, porque mis hijos son los seres más caballerosos, educados y buena gente en la calle. Muchas veces he querido yo misma justificar el desastre que son en mi hogar; con que en algún lugar tienen que botar el golpe de los tremendos seres humanos que son en la calle. Solo que mis hijos tienen que aprender, que aunque es apto y posible frustrarse, no es justo, ni un poquito, que el desquite sea, con quien los alimenta, y vela por su bienestar. 

          Del 2020 para acá, he tenido que enfrentarme no sólo al caos que de por si trae la vida, también he tenido que chocar con una adultez mal administrada, y una adolescencia que ha venido como banda de rock pesado, explotándome los sesos con su banda sonora. Donde he querido seguir justificando mis decisiones o formas de pensar. Donde he querido ver la cara de la gente que siempre habla decirme: “Wow, lamento lo mal que lo pasas a veces.” Por lo que en medio de esos momentos de ocio, donde debería seguramente estar haciendo algo importante, pero prefiero cuestionar si el cangrejo vive o se muere, he decidido descansar de mi. He decidido, dar de que hablar. Y en el proceso, decir lo que pienso de mi maternidad, ya me harté de “romantizar” la maravillosa maternidad. Mientras tengo ese “tantrum” que algunos cuestionarán, cometeré algún acto de corrupción como el gobierno al pueblo, y me serviré la pieza más grande de carne. Me comeré el chocolate a escondidas, sin importar si es mío o no. Y a veces me haré la sorda cuando me pidan algo. Ya empecé, el martes pasado me fui a comer un helado sola, no invité a nadie, solo me traje la cuchara, porque vi que cambiaba de color con el frío. ¿Y saben que? En algún momento, sin remordimiento alguno, voy a repetirlo. ¿Mala madre? ¡A mucha honra! Si quiere cooperar para mi tratamiento psicológico, le paso mi ATH móvil o mi Venmo. Besitos. 

sábado, 19 de diciembre de 2020

El contrato


 “ No hay forma de ser una madre perfecta, pero hay muchas formas de ser una buena madre.” - Jill Churchill 

     Hace más de 18 años, solicité un trabajo sin remuneración, muy al contrario, este me ha exigido todos estos años invertir sustancialmente. No existe un contrato a firmar cuando te conviertes en madre, pero si mientras creces, vas (una gran mayoría de las mujeres) haciéndote la idea de cómo serás cuando decidas traer niños al mundo. Como todo trabajo, porque ser madre, da un trabajo cabrón, hay una infinidad de tareas de rutina, y también están las letras pequeñitas. Esas que pasamos de largo, porque somos demasiado vagas para leerlas y encontrarles sentido. Entonces, durante los nueve meses de prueba, que ya vas tanteando como será la vaina, aunque el muchacho esté dentro de ti, las letras pequeñitas comienzan a tomar forma. Mi contrato de trabajo como madre, es bien diferente al contrato de otras amigas madres con las que comparto, o convivo. Ninguna, ni por casualidad, tendrá el mismo contrato, ni mucho menos las letras pequeñas. 


     El mío, 18 años más tarde, que fue cuando más caí en tiempo de la existencia del “disclaimer” dice así: “A la empleada contratada para ser la madre de Jan e Ian, denominada desde ahora mamá, madre, mami. Por este medio hacemos constar, que no importa cuánto intentes romper con las brechas generacionales, la maternidad no será perfecta como lo estás soñando desde el primer mes de embarazo. Puede que el crecimiento sea difícil, no importa cuánto conocimiento tengas en educación especial, muchas terapias y tratamientos no te van a funcionar. No importa cuántas soluciones busques, después de 6 años el trabajo se te hará más complicado. Se te dará un aumento de trabajo en esta área, que pensarás que no tiene fin. No importa cuánto eduques, la hermandad tampoco será tarea fácil. Y tendrás que lidiar con eso, mientras consigues un trabajo a tiempo parcial, porque este trabajo de ser madre, solo da paga intangible. Es importante establecer en estas líneas, que serás señalada, por muchas personas, pero ninguno de ellos se pondrá en tu lugar, para entender tus estrategias para cumplir con las tareas que este trabajo tanto demanda. Habrá incluso tareas más difíciles de realizar, que crearán los siguientes diagnósticos: ansiedad, frustración, burnout, entre otros. Es lamentable tener que informarte que estos diagnósticos no son suficiente razón para que renuncies a este trabajo, pedir vacaciones o compensación. Cuando decidiste solicitar este trabajo el 19 de mayo del 2002 y decidiste solicitar una renovación el 17 de marzo de 2009, ya debías estar al tanto de todo lo que conllevaba el mismo. Sabemos que era necesario que leyeras las letras pequeñas antes de solicitar el mismo, pero ya estás aquí, por tiempo indefinido.”


     La realidad es, que el 2020 ha estado cabrón, más en este trabajo de ser madre, que en el trabajo a tiempo parcial que me ayuda a sobrevivir. He tenido la frustración de ver lo difícil que se le ha hecho a mi hijo mayor la adultez, ese que tanto me señalaron que fui muy fuerte con él. Ese que busqué (y sigo buscando) todo lo necesario para que la adultez no le dé en la cara. Y he tenido que lidiar con ese evento y un niño que lo único que ha visto en todo un año son temblores, pandemia y hospitales. 


No, no me estoy quejando de la maternidad, hay momentos maravillosos, hay premios, hay ganancia, pero esta bueno de querer decirle a los demás cómo hacer este trabajo que es tan individualizado. Mamá, madre, mami que me lees, la maternidad es lindísima , y también es la mejor forma de descabronarte. Nunca tendrás tiempo de leer las letras pequeñas. Pero si eres una dura, podrás disfrutar de este trabajo que no tiene jubilación. Te abrazo.  


*imagen de cadenaser.com

lunes, 18 de mayo de 2020

Los dulces 18- Breve carta a mi hijo mayor

“Sé que sientes una gran felicidad porque te convertirás en un adulto pero también tengo que recordarte que tendrás muchas más responsabilidades.” - Autor desconocido 

     Cumplí 18 años hace unos 25 años, en el 1994, el mismo año que me graduaba de cuarto año. Ya tenía licencia de conducir, pero no tenía carro y me ganaba algunos dólares, haciendo tarjetas de presentación. Con los 18 llegó el regalo de mi madre: “Si quieres ir a la universidad, te tienes que ir a trabajar.” Entonces le dije que me quería ir a estudiar a San Juan y lo completó con: “Es en Ponce o nada.” Así que mientras muchos comenzaban rápido la universidad, yo entré 6 meses más tarde, cuando ya tenía un trabajo. Y por cuenta de tener un trabajo, lo que normalmente se supone se tome 4 años, a mí me tomó 6, una porque empecé tarde, otra, porque en un momento determinado hice “drop out”. No voy a venir con el comentario clichoso de “yo no volvería atrás”, yo sí, yo regresaría, si tuviera esta experiencia, claro, y trataría de hacer, todo lo humanamente posible diferente. Rememoro todos mis procesos de estupidez humana, y me pregunto constantemente. “¿Cómo no pude pensar mejor las cosas?” Sencillo, dice esa vocecita, no había quien te encaminara.

     Entonces, 25 años más tarde, me dan en la cara los 18 años de mi hijo mayor. Justamente como la madre, cumpliéndolos al terminar el cuarto año, con una licencia de conducir, y un carro en la marquesina, que espera paciente que pase la pandemia para poder ser arreglado y utilizado; y un trabajo. Esperando la respuesta de la universidad, porque a diferencia de hace 25 años atrás, se le dijo que se fuera a estudiar en otro pueblo y él fue el que decidió que se quedaba en el suyo. 

     A ti, mi hijo, que cumples 18. Los 18 años no son una recompensa, son un reto. Los verás como esa carrera, donde pasas la cinta, y crees haber llegado a la meta; pero no. Es una carrera de intercambio de batones. Cuando crees haber llegado, entonces empieza la otra parte. Llegan los 18 y con ellos llegan las responsabilidades más fuertes. Como esa de que tu estómago no es el único que tiene que estar lleno, porque sin gasolina el carro no se mueve. Recordar que si no se saca la basura, la cocina se llena de moscas. Ya no puedes preguntarte qué de importante tiene escribir un ensayo, porque el solo hecho de escribir correctamente cambiará el sentido de las cosas. Tendrás que empezar a decidir, entre tener horas en el trabajo que te ofrezca sustento, o pasarla bien con amistades o tu novia. Los 18 son la antesala a la vida adulta, que decidirá si será fructífera o un fracaso. Cuando pasen los meses, no sabrás si quieres cumplir 19 o si era mejor quedarte en los 17. Pero, no queda de otra, “el show debe continuar”.

     Querido hijo que cumples 18, disfruta la etapa, pero no lo veas como la puerta a una Libertad condicionada, como diría el genio de Aladdin: “No te sirvas de esa copa.” Utiliza en este pase de batón, todas las herramientas para convertirte en un hombre de bien. Aprende, cómo en esas carreras de Mario Kart, a esquivar lo que no te es conveniente, siempre la meta, te llevará a otra carrera. Disfruta los 18 años como el proceso de vida que es, sin excederte. Bienvenido a la adultez, tú solo decides en este camino, si los juegos del hambre, acaban de comenzar. Yo, te tengo Fe. 

¡Feliz Cumpleaños!

viernes, 8 de mayo de 2020

Transición

“Conforme avanza tu transición por la vida, te vas dando cuenta de que no eres la misma persona que eras antes.” - Desconozco el autor 

     Sinónimo de cambio, de pasar etapas. Como maestra de educación especial de nivel superior, la palabra transición es parte de mi cotidianidad. Los estudiantes de educación especial, además de las tareas académicas, también tienen que pasar por el proceso de la llamada transición a la vida adulta. Sin embargo, en el ámbito educativo, los niños pasan por una serie de transiciones. Por ejemplo, de preescolar a kínder, de kinder a primero, de tercero a cuarto, quinto a sexto, octavo a noveno, undécimo a duodécimo y Universidad. Por lo que se puede por una parte entender, que toda la vida se nos va en “transicionar”; si, es un disparate. 
Y si lo vemos desde cierto punto de vista, cuando “nos movemos” en ese cambio de la universidad, y cumplimos la mayoría de edad, y nos hacemos adultos, donde con la adultez llegan las responsabilidades más fuertes, y no me refiero a tener familia, sino a esa de mantener un trabajo, y poder pagar el carro y la casa; la transición se convierte en un disparate, en un engaño, y nos preguntamos miles de veces, ¿cuál era el apuro de crecer, decían? 
     
      Una de las transiciones que más valoro, y ya no sucede como antes, son las llamadas graduaciones. Soy defensora de ese acto, que aunque a veces es largo y tedioso, es uno de los actos que te ayudan a identificar en qué lugar de la vida estás parado. Todos los años de una manera u otra, algunos compañeros y yo, hacemos adopción de algún estudiante que no quiere ir a la graduación de cuarto año, por la razón que sea, y lo convencemos de que participe. 
     
      Este año era para mi sumamente importante la graduación de cuarto año de mi escuela. Mi hijo mayor es parte de ese grupo de jóvenes que les tocaba desfilar con sus togas y recibir el simbólico diploma de escuela superior, el papel que completa la transición a la adultez. Con la terminación de su cuarto año, llegan sus 18 años, excelente y sabrosa combinación, si les soy sincera. Es aquí, donde se separan los niños de los hombres, y dejo en la sociedad a un muchacho que ya se afeita la cara, que trabaja, que tiene permiso de conducir, y pronto pisará alguna universidad. Con su transición también va la mía, esa de mamá gallina, que tiene que dejar que el polluelo ya más grande vaya en busca de cómo satisfacer sus necesidades. 
     
      Mi hijo mayor, ha tenido unos estudios superiores bien atropellados. Su grado décimo se vio afectado por el huracán María, y su cuarto año por temblores y la pandemia. Ha tenido que “transicionar” más de lo que normalmente un adolescente está expuesto. Lo que a veces hace que los errores normales de un adolescente se vean con más ojo crítico. En dos semanas aún sin graduación física, mi hijo puede decir que terminó su enseñanza superior, y cumplirá 18 años, por lo que podrá jactarse de que es “mayor de edad”. Solo espero que las experiencias vividas, a las malas y a las buenas, le ayuden a “transicionar” de forma adecuada en la vida. Y que nunca tenga que preguntarse, ¿cuál era el apuro en crecer?

martes, 26 de febrero de 2019

Enganché los tacones


Son las 7 am y estoy tirada en la cama, pensando en la inmortalidad del cangrejo. Se supone que ya esté en la guagua con todos los “motetes” montados incluyendo los muchachos, pero no, he decidido, o entendido que tengo tiempo para tirarme, sí tirá, en la cama y cavilar. De momento hago un recorrido y recuerdo que desde anoche dije que me iba a poner una T-shirt negra, para poderme poner las zapatillas “peach” o rosa, con cordones de florecitas, “el negro pega con todo”. También recuerdo que siempre estoy vestida de la misma forma. Un “jean” azul, siempre azul, una T-shirt casi siempre con un mensaje que me identifica y unas zapatillas o tennis. Pienso en que “normalmente” esa no es la forma “correcta” de ir a trabajar, pero si la más cómoda. Y como estoy cavilando, recuerdo que hace tiempo atrás, unos 7 años, usaba tacones para ir a trabajar. Y vale pues también me ponía uno que otro trajecito, una faldita, una camisa de lo más bonita y el cabello, lacio, estiraíto y rojo. ¿Qué me pasó? 

Entonces me pongo a pensar que tengo cierta fijación sensual con los tacones tipo stilettos, pero con la misma recuerdo que también tengo una fijación amorosa con mis tobillos, así que entre uno y el otro, obvio, que prefiero mis tobillos sanos. Así que en preferencia si de tacones se trata, por favor que sean anchos o de plataformas, para la “señora”. Coño, la “señora”, es increíble como en 5 minutos he recorrido parte de mi vida, recordando, como un buen día, guardé los pantalones de trabajar, los trajes y las blusas bonitas y las cambié por un estilo más “juvenil”. No, tampoco es que no quiera reconocer mi casi 43 años, si entre los golpes de la vida y el doctorado, se me notan, bien cabrón.  Puedo entender que es más un tipo de resistencia. Una forma de mostrar que para ser buena maestra, no tengo que vestirme como si fuera a hacer pasarela. Aunque nunca hace mal, ponerse una camisa bonita con un par de plataformas por aquello de subirse la moral. Tengo un minuto más para recordar, que un 2012, la vida me obligó a bajarme de los tacones de 3 pulgadas que utilizaba y vivir dos semanas con un par de tennis. Desde entonces, la vida tampoco ha sido la misma. 

Todavía están por ahí, esos par de tacones marrones que tanto me anunciaban por los pasillos del trabajo, al lado de unos plateados para ocasiones bien especiales, varias plataformas y unos tacones extra anchos. La vida se me sigue poniendo “dificilita” a veces, los años y el peso también contribuyen. Ya a las 7:10 am, estoy tarde, no tengo tiempo para cambiar de opinión y ponerme algo más acorde a mi profesión. Ya la camisa con el mensaje de que “Ser adulto es muy complicado es momento de ser un unicornio” está puesta en combinación con mis zapatillas “peach” o rosa, vaya usted a saber, y mi “jean”. Ya no tengo tiempo para ciertas cosas, ya me tengo que ir, hoy otra vez, he decidido colgar los tacones.